sábado, 17 de octubre de 2009

De Portugalete a Triana


Portugalete es una localidad vizcaína, lindera con Bilbao, con una pequeña extensión superficial de apenas 3,21 km2, ubicada en una colina situada entre la Ría de Bilbao y el Río Ballonti.

Se dice que el nombre del municipio, en contra de lo que pudiera parecer, nada tiene que ver con Portugal (“portus-galorum”: puerto céltico), sino que procede de la unión de los vocablos latino “portus” y del euskera “ugaldeta”, significando "las riberas del puerto" (Portugaldeta: portu-ugalde-eta), en referencia a las casas situadas en las orillas del Nervión.

De Portugalete eran, entre otros, el árbitro Ortiz de Mendívil, famoso en tiempos de mi infancia, los defensas y después entrenadores Aranguren y Ríos, y en época ya más cercana, el media punta internacional Julen Guerrero.

Portugalete está muy lejos de Triana, que como todo el mundo sabe -y parafraseando a Rafael el Gallo-, está donde tiene que estar.




Y no sólo queda lejos por la distancia geográfica, sino por muchas cosas más.

Evidentemente un servidor prefiere a nuestro sevillanísimo barrio sobre aquella localidad norteña, aunque no dejamos de reconocer que los vascos quizás superen a los trianeros en una sola cosa, su cantera de porteros de fútbol.

Una de las máximas tradicionales del fútbol español, quizá hoy día más discutible que antaño, es que la escuela vasca es la mejor y más fructífera cantera de porteros de España. De dicha escuela se han nutrido principalmente sus dos equipos bandera, el Athletic Club bilbaíno y la Real Sociedad de San Sebastián, con extraordinarios guardametas como Iríbar, Carmelo, Arconada o Zubizarreta, entre otros muchos, pero que también ha exportado notables talentos allende sus fronteras, con elementos de la talla de Ignacio Eizaguirre, Esnaola, Urruticoechea o el auténtico fenómeno que hoy nos ocupa, defensor de la puerta de Nervión durante casi dos décadas, y figura clave en la mayoría de los éxitos del Sevilla clásico de los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado.

Nos referimos al grandísimo arquero sevillista, José María Busto Llano, natural de Portugalete, pero trianero de adopción.



Para hablar de José María Busto, siquiera para balbucear unas cuantas palabras sobre su insigne figura, hay que ponerse de pie.

Con el permiso de otros, también grandes, Busto integra, junto con Guillermo Eizaguirre Olmos y Andrés Palop Cervera, el triunvirato de porteros inmortales de la historia del Sevilla Fútbol Club.

Hemos dicho que nuestro protagonista nació en Portugalete, y no en Baracaldo, como afirma la creencia popular. Sí es verdad que despuntó futbolísticamente en el equipo aurinegro, y que desde allí dio el salto, con apenas diecisiete años, al Sevilla Fútbol Club, pero por derecho -ius solii-, y como él mismo ha recordado en varias ocasiones, José María Busto es hijo de Portugalete.

Aún siendo un adolescente, su fama como portero era tal que despertó el interés sevillista por contratarle, lo que sucedió allá por el año 1942, de la mano, como tantos otros, del nunca suficientemente ponderado Pepe Brand, y con la recomendación expresa del doctor Amadeo García Salazar, padre del gran Alavés de Ciriaco, Quincoces, Lecue, nuestro Fede, Olivares y compañía, ex-seleccionador nacional, y tenido entonces por la mayor eminencia futbolística del país.

En aquellos tiempos, el Sevilla de los stukas iniciaba ya su proceso de descomposición, aunque aún alcanzaría esa misma temporada, la de 1942-43, el subcampeonato liguero, sin chance real de conseguirlo, debido al poderío demostrado por el Athletic Club de Bilbao.

La afición se quejaba de que aquella falta de títulos se debía a las debilidades defensivas del equipo, pues la delantera era superior.

¿Por qué había esa descompensación entre líneas? Posiblemente, por causa de la contienda civil de los años previos.



La guerra civil, como no podía ser de otra manera, también tuvo al Sevilla como damnificado, privándole quizás de un par de títulos ligueros, pese a que algunos sostengan lo contrario, en una de sus clásicas patrañas a las que nos tienen tan acostumbrados.

Hoy podemos afirmar tanto que el club de la Palmera no quedó desmantelado a resultas de la guerra, pues sus jugadores vascos fueron voluntariamente traspasados a Barcelona, Real Madrid y Atlhetic Club bilbaino en la temporada anterior a la contienda bélica, como que su vecino sevillista no pudo mantener a todas sus figuras de la pre-guerra.

A vueltas de la guerra civil, el Sevilla juntó una notable delantera, gracias a la aparición de los stukas canteranos, Pepillo, Raimundo y Berrocal, que se unieron a los López, Campanal y Torróntegui, que ya estaban en el club, pero sin embargo se quedó sin Guillermo Eizaguirre, enrolado en el ejército, y sin sus vascos Euskalduna, Deva y Tache que, salvo el último, eran elementos del entramado defensivo del equipo.




Ciertamente, ya venían abriéndose paso jóvenes defensas como Joaquín y Villalonga, pero la ausencia del gran Guillermo bajo palos se consideraba como la principal razón de los males –en forma de falta de títulos- del Sevilla de la posguerra. Y es muy posible que fuera así.

Por todo ello, firmar un guardameta de garantías era una de las prioridades de aquel Sevilla de los cuarenta, que empezó a hacerse gigante en este periodo con la llegada a Nervión de fichajes que a la postre ofrecieron un primerísimo nivel como Andrés Mateo, Alconero, Campos, Eguiluz o Juanito Arza, amén del propio Busto.



Este acierto en la política de adquisiciones, y no los fantasmas de la posguerra que nos quieren pintar desde la acera verdiblanca, fue la clave de los éxitos del Sevilla clásico.

A su llegada a Sevilla, el jovencísimo Busto se hospedaría en los altos de Casa Ruiz, conocida como la esquina Cuesta, en Triana, junto a la Peña Trianera, de la que sería socio, quizá siga siéndolo, durante muchísimos años.



Era una Triana sin par, en la que abundaban flamencos y toreros, y en la que se respiraba, como ahora, mucho más sevillismo del que a muchos les gusta decir.

El propio José María contaba en una carta deliciosa, publicada en un libro conmemorativo de la Peña Trianera, anécdotas de su estancia en los altos de Casa Ruiz y de su relación con el dueño de dicho establecimiento.



En el plano deportivo personal, José María Busto tuvo actuaciones decisivas a lo largo de su carrera en el Sevilla Fútbol Club, siendo probablemente la más brillante y colosal, la que desarrolló en el estadio barcelonés de Las Corts el día 31 de marzo de 1946, cuando mantuvo a raya el asedio catalán a su meta, permitiendo aquel glorioso empate a un tanto que nos proclamaba como campeones de liga.

Además de aquel título, Busto fue también el portero del equipo campeón copero de 1948 frente al Celta de Vigo en Chamartín, y del subcampeón de la Copa de 1955 frente al Athletic de Bilbao, en que ofició de capitán. Inexplicablemente, nunca fue internacional absoluto, y sí suplente en un par de ocasiones, así como internacional con el combinado B.



Los dos lunares de su carrera fueron la suplencia en los partidos conmemorativos de las Bodas de Oro sevillistas, por incomprensible criterio de Helenio Herrera, y su actuación en aquella triste noche invernal de la encerrona madridista al Sevilla en los cuartos de final de la III Copa de Europa, aquel partido en que caímos derrotados por ocho goles a cero, y que sellaría su retirada de la portería sevillista, con un final a todas luces injusto para tan señalada figura.

José María Busto tiene ya una avanzada edad, así que ya va siendo tarde para entregarle ese Dorsal Uno de Leyenda que se merece, como en su momento se hiciera con Juan Arza. Desde aquí, modestamente, animo al Consejo para que se dé prisa y cumpla con esta obligación moral, para quien sin duda alguna es y será siempre historia dorada de nuestro Sevilla Fútbol Club.

4 comentarios:

  1. José Maria Busto casose con una joven de la calle Pureza llamada Maria de la O, dotada de unos ojos de una belleza sobrenatural. Cuentan que el escultor Castillo Lastrucci recreó los ojos de esta niña de Triana al tallar los de la Virgen de la O.
    Acabo de hablar por teléfono, para confirmar la historia, con otro joven de aquellos años que fue compañero de Maria de la O en el obrador de una pastelería-panadería que había en la calle Fabié. Este joven del que les hablo también nació un 14 de octubre. Es mi padre.

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  2. Saludos.

    Me adhiero, incondicionalmente, a tu propuesta de entregarle a éste coloso su más que merecido Dorsal Uno de Leyenda. Ya.

    El Club ha llegado a un nivel que sería horroroso que olvidara sus orígenes, sus cimientos y las personas que soportan más de un siglo de vida. Exactamente, 119 años por lo menos.

    Si ha sido el momento de colocar el busto de Sánchez Pizjuan, también lo es de colocar el otro Busto en su lugar.

    Por cierto, sorprende que Monchi ya trabajara entonces y fichara al jovencísimo Busto. No aparenta la edad que tiene.

    Gracias por cultivarnos en nuestro sevillismo.

    Cuídate.

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  3. ¿No le parece a Vd. Don Antonio que esa historia se merece un espacio en Trianerías?
    Gracias y saludos.

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  4. Gracias Don José Manuel, y es verdad que da la impresión que el club se ha olvidado de los dorsales de leyenda, después de lo de Juan Arza. Estamos hablando de gente muy veterana que merece disfrutar de su homenaje cuanto antes.

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